En los años en que las disqueras obtenían jugosas ganancias por las ventas de discos, los altos ejecutivos de los sellos paseaban sobre el globo terráqueo en jets y encendían sus cigarros con billetes. Lo mismo hacían los rockstars privilegiados, que eran una construcción en la que no siempre concurrían talento y gracia. Mucho del brillo glam de los ochenta era sólo eso: maquillaje y vestuario a costos siderales, editoriales completas de revistas, gigantografías, etc.
La fuerza de esta nueva forma de hacer y difundir la música ha alcanzado tal nivel, que no son pocos los casos de artistas consagrados que han regalado sus trabajos a través de las descargas gratuitas, como lo hizo Radiohead con In Rainbows, o los inicios de Arctic Monkeys ofreciendo su música en streaming a través de MySpace. Otros han encontrado en las redes sociales la posibilidad de interactuar de forma directa con sus seguidores, y hoy es posible leer verdaderas entrevistas de fans, vía Twitter, a tipos como Alex Kapranos (@alkapranos) o Slash (@slash), músicos que han decidido bajarse del trono tradicional del rockstar para estar más cerca de sus fans. Y varios también -como Weezer o Jack White- han ocupado las plataformas audiovisuales como YouTube para desarrollar canales de transmisión directa que permiten el acceso a algunos shows y la viralización de contenido exclusivo donde es posible seguir su trabajo.
Los rockstars de los que les hablaba al principio, hoy desfilan en realities de rehabilitación o de búsqueda de esposa. Los rockeros de verdad, van por la calle, están en salas de ensayo, graban en sus propias computadoras y/o suben sus discos a internet para libre descarga; sean estos artistas reconocidos o anónimos.
Si bien es cierto el concepto de «rockstar» puede prevalecer como una forma de distinguir un artista de escala planetaria de cualquier otro, la mitología en torno a sus estilos de vida, a la idea de la reconversión de talento chorreante en dinero y fama, desapareció, o, al menos, parece ir desapareciendo.
Para mí, la era de la digitalización ha sido el puente de humanización de los rosckstars, y han caído y seguirán cayendo al agua precisamente aquellos que se definieron bajo capas y capas de producción, chapoteando en programas de televisión que nada tienen que ver con el rock (ver el caso de Bret Michaels, por ejemplo).
El valor del trabajo, la creatividad y la honestidad en el rock son los que prevalecerán, y el rock seguirá despojándose del artificio de las superproducciones. Eso espero.